LA LOCA

Si caminas por el malecón, verás a una pequeña mujer frágil e indefensa, que invariablemente, cualesquiera que sea el tiempo imperante, esa demente y anciana mujer, se pasea incansablemente frente al mar, descalza por la playa. A ella parece no importarle si el mar está en calma, o si las rugientes olas se levantan amenazadoras y encrespadas. Sus cabellos empapados, untados en el viejo rostro, la hacen verse aún más desvalida.
¿Quién es esa patética figura solitaria que desafía al mar?
La loca de la playa, dicen algunos. La loca ...  la loca.
Yo voy y vengo al puerto. Voy y vengo, por que el mar me llama. Huyo a su influjo, pero me encuentro adherida a él, igual que las figurillas decorativas en la puerta del refrigerador. Entonces desde mi hotel la miro, la miro desde el café, o por la ventanilla cerrada de mi coche, cuando las olas altas lo azotan burlonas con ruido atronador.
Le temo, odio al mar, y jamás pondré mi pie, ni siquiera sobre la arena de la playa. No, no lo haré. Sé que las aguas verdes y espumosas, aguardan con sus cánticos de sirenas, para envolverme en sus brazos salados, y con su enorme y blanca sonrisa, me arrastrarán hasta el fondo.
Al mar lo observo desde la lejanía, acallando el odioso temor que me provoca.
Pero hoy, sobre mi corto cabello encanecido, brillan las estrellas; titilan y aletean sus brillantes y movedizas luces, como a las transparentes de diminutas mariposas, que al volar, me llevan lentamente sobre el mar.
¿Existe la loca de la playa, o somos más?  Porque a mi paso me parece escuchar miles de voces que murmuran.
Ahí va otra vez a la playa, la loca; la loca de las mariposas.

  
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